Dos personas, a quienes me cuesta trabajo calificar como amigos, no porque no lo sean, sino porque no he querido que se queden sólo en eso (aunque estar en eso ya es de por sí harto agradecible y me llena el corazón), han dejado la ciudad de México por razones de trabajo pero también por razones más profundas. Curioso, los dos se enfrentan día a día con una sierra majestuosa que da paisajes para muchos cuentos, serenatas, explicaciones científicas, y desvelos. Lo traigo a colación porque no me es difícil entender la situación que los llevó a irse ("llevar a irse", qué chistosa frase), y la situación en la que se encuentran actualmente.
A mí también me tocó vivir eso, justo a la mitad de mi estancia en la tierra de los monos. Uno de ellos (no uno de los monos, sino una de estas personas) bien dice que lo más difícil de irse es dejar a los amigos, a los queridos, a la familia... y también dejar nuestros puntos de referencia. Es como soltarse, uno a uno, de los hilos que nos mantienen unidos a algo... ¿a qué tipo de algo, exactamente? Sí, eso es cierto. Pero también duele saberse un tanto indefenso en una tierra donde todavía no se generan esas marcas de referencia.
En mi caso, esa vez partí de regreso a la selva con un corazón roto a cuestas. Más que dolerme, el dejar mi ciudad me aliviaba... y sin embargo, estaba intensamente triste, no por dejar, sino por la imposibilidad de escapar al recuerdo. Y recuerdo que el viaje en el avión, y después en el camión, y después en el taxi hasta Tres Reyes QRoo, fue como dejar las ventanas abiertas en época de lluvias: todo se mojó. ¿qué más puede hacer uno cuándo viaja? ¿de qué manera uno apaga el interruptor de la memoria? A pesar de todo ésto, sabía que encerrarme en la inmensidad de esa selva yucateca me haría bien; que pasar tiempo conmigo misma me haría más fuerte, que el no poder escapar de la memoria me traería de regreso a la vida, gradualmente y eventualmente, que debía nutrirme para así poder dar más de mí misma.
No sé en qué momento dejé de doblegarme por esa tristeza; ocurrió tan de repente y tan inesperadamente, que no puedo asociarlo a nada de mi vida en ese lugar. Supongo que a estos dos serranos les pasa (o les pasará) lo mismo. En este momento, a uno más que al otro, creo, pero ¿y eso qué importa?
Lo que importa es ser capaz de hacerse uno su propio mundo y fraguarse su propia vida, y quedarse ahí, a gusto, sin ayuda de nadie y a pesar de la ausencia de todos... Yo continuamente me preguntó si lo logré. Y si lo logré, ¿por qué diablos estoy rumiándolo de nuevo aquí? ¿cuántos de ustedes lo han logrado?
No, si no me duele que te vayas... lo que me duele es que estando aquí, parece que ya estás en otro lado, y algo me dice que compramos boleto para destinos diferentes.
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1 comment:
<> te pude ver bajo la luz anaranjada, empapada, dejándote escurrir y si
dejar de castañear.
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