Monday, July 02, 2007

Mujeres violadas



No es necesario sentir penetración para declarar la violación. A la mujer de hoy se le viola de distintas maneras todos los días. Algunas mujeres hasta se violan a sí mismas…

Un caso muy común: la mujer que culpa a los hombres de su tristeza. Es la misma mujer que dice “todos los hombres son iguales”. Es la que opta por la salida más fácil: la de hacer responsables a miles de terceros -olvidándose de considerar su propia responsabilidad-, de hecho a un género de terceros, de sus desgracias.

Otro caso: la mujer sumisa -y omisa, también- que calla, y por lo tanto, otorga. La que soporta el sutil acoso sexual que no molesta física, pero sí emocionalmente; la que confía, una y otra vez, en que esa será la última vez que él le levante la mano, le hable feo, la humille, la discrimine; la que se siente vacía, sin personalidad, sin futuro, sin propósito en la vida, a menos de que un “hombre” la haga sobresalir. Es la que se olvida que ella también es un ser humano, y que como tal, se merece -pero ante todo, se debe- auto-respeto.

La otra: la que se rehúsa a arriesgar, la que ha tenido que probar varios tragos amargos para llegar hasta donde está ahora, la que no quiere poner marcha atrás de toda esa lucha cediéndole la confianza a una pareja. La que ha decidido emprender el camino sola, con la eterna nostalgia por estar acompañada. La que se niega a darse la oportunidad.

Otra más: la que se engaña a sí misma. La que depende de él. La que flaquea y niega sus necesidades, sus sueños, su dignidad, y en cambio piensa en su “hombre” y en su beneficio, antes de pensar en sí misma. Es la que soporta, tolera, y hasta “entiende”, pero no puede aceptar. La que siempre está a punto de explotar porque guarda todo en su interior. La que se queja, pero no lo deja. La que sacrifica todo, pero no da nada, ni se entrega. La que teme a la pérdida, la más ansiosa por poseer y controlar a lo más imposible del mundo: otra persona.

La que desconfía de todos, y, peor aún: de ella misma. O la que confía demasiado y quiere salvar seres humanos. La que insiste en proteger, nutrir y acurrucar al otro, cuando en realidad contribuye a su destrucción al negarle la libertad. La que lo permite y le permite todo, hasta faltarse al respeto ella misma. La que permite que otros abusen del cariño que ella profesa.

¿Y la que no se viola? ¿Acaso escasea? Es aquella que antes de enjuiciar y sentenciar, se detiene a considerar: ¿cuál es mi responsabilidad en todo esto? ¿A partir de dónde lo que ha pasado soy yo, y por dónde empieza lo que hace el otro? Es la misma que no ve sexos, ni ve géneros o profesiones, pero sí ve personas: seres humanos por doquier. La independiente y al mismo tiempo promotora de tendencias independentistas. Es la que reconoce, acepta y asimila la responsabilidad de sus propios actos, la que se respeta y se cuida por sobre todas las cosas, la que nunca se olvida de sí misma y aún así intenta ver al otro. Es la que se defiende cuando un “listo” pretende aprovecharse de su genuina oferta romántica, la que dice “no” a la llamada madrugadora del borracho que, tomando ventaja por saberse apreciado, quiere forzar su presencia en la intimidad de su casa; es la que, incomodada en la intimidad de su casa, le exige a esos “no-invitados” que se retiren, en vez de callar obedeciendo a miramientos puramente formales.

Ella es la única que, conociendo la violación, no la practica -ni a sí misma, ni a otros-, y por lo tanto resulta ser la menos controlable, y así, la más temida de todas.